viernes, 31 de diciembre de 2010

¿Para qué la independencia? - José Agustín de la Puente Cándamo


Extracto de Teoría de la Emancipación del Perú (1986) de José Agustín de la Puente Cándamo


La causa de un hecho histórico y su finalidad, son dos temas entretejidos y que pertenecen a la entraña misma de un hecho histórico.

En los capítulos anteriores se ofrecen múltiples respuestas que explican de modo más o menos imperfecto la causa de la Emancipación. El clima intelectual y político de la época; el ejemplo de otros empeños revolucionarios; los errores del gobierno virreinal; el clima de descontento y de protesta que se vive en todos los ángulos del Imperio; la propia identidad de cada reino americano sobre un verdadero denominador común; la urgencia de reformas que se acerquen a la autonomía y que jamás se formulan de manera orgánica; el alegato intelectual, el esfuerzo político, la hazaña militar de hombres directivos; la vinculación con el propio territorio y con la propia historia regional; la nostalgia y el recuerdo de los tiempos viejos que enaltece Garcilaso; la existencia de malos funcionarios; el abuso en la represión y en el uso de la fuerza; la rivalidad entre criollos y peninsulares; el fortalecimiento del “mundo mestizo”; en fin, la esperanza en una vida mejor que estuviera en “nuestras manos”, explican, como un inmenso mosaico, el origen de nuestra Independencia y “acompañan” a la comunidad peruana, sujeto central y gran protagonista de nuestro tema.

Y aparece la segunda pregunta. ¿Para qué la Independencia?

Una visión negativa nos dice que la ruptura con España no representa ningún cambio interesante en la vida del hombre peruano. Que las injusticias continúan, que la lentitud en la administración del Estado no se modifica, que el nivel de vida en lo económico y social no mejora, que pasamos del dominio español al ejercicio del dominio industrial y económico británicos.

Las afirmaciones anteriores con su ilimitada amplitud encierran sin duda “verdades” múltiples, mas el error primordial se encuentra al mostrar sólo un fragmento de los hechos, no la íntegra imagen de la medalla.

Que en la República del Perú hay múltiples expresiones de injusticias, lentitud administrativa, retraso en educación, salud, vivienda, son hechos indudables. Es cierto igualmente que el Perú no es una “isla” en la economía mundial y que estamos sujetos a las influencias de los grandes ambientes, no obstante, hay mucho más que decir para la total comprensión de esta “persona” compleja que es el Perú.

Bartolomé Herrera en su famoso sermón el 28 de julio de 1846, sostiene que el Perú debía separarse de España porque era un pueblo “enteramente nuevo”. Esta es una idea capital. La noción de pertenecer al territorio y a la región peruanos; la creencia de un derecho que viene del nacimiento en este territorio; el vínculo con la propia tierra; todo el conjunto de ideas y vivencias que permiten definir a un hombre como peruano y que orienta a éste para reconocer al extranjero; este abigarrado registro de hechos coetáneos y de recuerdos llevan al convencimiento, a la necesidad, de asumir el gobierno de lo propio.

Y todo lo anterior no es verbalismo vacío. Un hecho social profundo, la sola existencia de la vinculación entre el hombre peruano y su mundo, genera el derecho al propio gobierno. El sólo hecho de la conducción del Perú entregado a manos peruanas es un cambio social legítimo y muy significativo. Es el ejercicio del derecho al propio gobierno.

La Independencia, de este modo, aparece no como un ejercicio de vanidades o de predominios, sino como una afirmación del ser del Perú. Y esto es superior al hecho político y al suceso militar.

¿Y cómo se desarrolla esta afirmación del ser del Perú?

En la diaria “encarnación” vital de nuestras Constituciones y de sus principios teóricos, en el uso y en el abuso de las facultades que el Estado reconoce a los ciudadanos en el perfeccionamiento esforzado del “mapa de la República” en la incorporación de nuevas técnicas que transforman el mundo cotidiano en el esfuerzo por integrar a nuestros hombres con evidentes matices culturales, sobre el mestizaje común; en el esfuerzo del camino, del ferrocarril y del avión, por unir más y más una inmensa geografía; en los avances y en los retrocesos en contorno de una vida mejor para todos los peruanos; en este marco que compromete toda la vida y toda la actividad del hombre, se encamina al perfeccionamiento, la afirmación del ser mismo del Perú.

La presencia del Estado peruano que habla en nombre propio, en nombre de la nación, es una de las expresiones interesantes de la nueva “época”.

Tal vez es ilustrativo como símbolo, el momento que menciona Juan García del Río –nuestro primer enviado acreditado en Londres, con Diego Paroissien– en su entrevista con el ministro Canning. El funcionario inglés le pide que señale en un mapa la ubicación del Perú y le pide una exposición sobre el estado del país. De algún modo, éste es el comienzo de la vida internacional nuestra en relación con el mundo europeo.

A Europa le interesan vivamente los nuevos mercados, y el signo ideológico de las nuevas estructuras soberanas es motivo de preocupación y de diversos proyectos.

Los debates entre liberales y conservadores y entre republicanos y monárquicos, integran un largo proceso que persigue la afirmación del nuevo Estado.

La solicitud de un empréstito, la presencia de la bandera nuestra, poco a poco, en diversos lugares del mundo, la llegada de buques de una y otra nacionalidad a puertos nuestros, son algunas de las formas de la nueva relación entre el Estado naciente del Perú y países amigos.

Es importante subrayar el origen de nuestra República, como el de los otros Estados “viejos” de Hispanoamérica.

Es interesante recordar los dos principios esenciales, que al mismo tiempo son el nexo que subrayan la continuidad de la vida del Perú: el “uti possidetis” y la “libre determinación de los pueblos”.

El principio del derecho romano es el vínculo entre el mapa del Virreinato del Perú y el mapa de la República del Perú. La carta geográfica y el contorno del Perú republicano no es obra de la historia que se expresa en la jurisdicción virreinal que el Perú independiente asume y continúa con el título viejo de la posesión y del dominio.

Es aleccionador decir una vez más que los límites de la República no son consecuencia de una victoria militar, ni de una negociación política, son obra de la misma historia. El territorio del Perú es obra de la historia.

Y otro camino bello y luminoso que explica la realidad humana del nuevo Estado, es el principio de la libre determinación de los pueblos. De verdad, uno lee con emoción las actas de Independencia de los pueblos cercanos a la frontera del Virreinato, en las cuales se manifiesta la voluntad de romper el vínculo político con España y de pertenecer a la nueva organización del Perú.

El fenómeno, creciente cada año, de mayor relación entre el Perú y hombres de otras nacionalidades y de costumbres diferentes, representan progresivamente una transformación en el ámbito de nuestras formas de vida.


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Aparte del contenido social de la Independencia, que se descubre en la afirmación de la comunidad peruana, son interesantes otras expresiones con un valioso contenido humano.

En el tiempo de San Martín, para no reiterar innecesariamente los testimonios, hay una variada legislación.

“La humanidad, cuyos derechos han sido tanto tiempo hollados en el Perú, debe reasumirlos bajo la influencia de leyes justas, a medida que el orden social, trastornado por sus mayores enemigos, comienza a renacer”. Luego de la consideración anterior, declara San Martín la abolición de la pena de “azotes”.

La creación de la “cárcel de Guadalupe” y su reglamento persiguen “la seguridad y el alivio de los miserables que antes han gemido en lugares impropios por su localidad y falta de desahogo”. El reglamento provisional “de los tribunales de justicia”, responde al mismo espíritu.

Amplia es la legislación sobre los esclavos. El texto capital, del 12 de agosto de 1821, firmado por San Martín y Monteagudo, manifiesta que “la humanidad ha sido altamente ultrajada y por largo tiempo violados sus derechos, es un grande acto de justicia, si no resarcirlos enteramente, al menos dar los primeros pasos al cumplimiento del más alto de todos los deberes” ... “todos los hijos de esclavos que hayan nacido y nacieren en el territorio del Perú desde el 28 de julio del presente año” ... “serán libres y gozarán de los mismos derechos que el resto de los ciudadanos peruanos”.

Por disposición del 27 de agosto de 1821 “queda abolido el impuesto que bajo la denominación de tributo se satisfacía al gobierno español”. Igualmente, se suprime la denominación “indios o naturales: ellos son hijos y ciudadanos del Perú, y con el nombre de peruanos deben ser conocidos”.

Del 28 de agosto del mismo año es la disposición que suprime “toda clase de servidumbre personal”, y nadie podrá obligar “a que sirvan contra su voluntad”.

La creación de escuelas gratuitas “de primeras letras” en los conventos, la fundación de la Biblioteca Nacional y del Museo Nacional, y la preocupación por defender los testimonios antiguos del hombre peruano, son muestras valiosas de un espíritu que no se deja ganar por los afanes de la guerra y que postula un interés más general por los temas del hombre.

Pero hay algo central y más profundo. Es la continuidad de la vida del Perú.

La comunidad peruana, raíz fundamental de la Independencia, gana su “forma” plena con la Emancipación política y con la fundación del Estado.

Sin embargo, podría plantearse esta pregunta: ¿Por qué se dice que el Perú adquiere plenitud desde la Independencia?

La respuesta es compleja. No es solamente el triunfo militar, o la creación de una nueva estructura jurídica, o la rectificación de errores o injusticias. Todo lo anterior es válido; no obstante, hay algo más. Nuestros abuelos de esos años de tantas esperanzas reciben entre sus manos –solamente entre manos peruanas– la inmensa tarea de perfeccionar e integrar mejor la sociedad peruana bajo un signo de justicia y en diálogo con todos los pueblos de la Tierra. Este es el “encargo” capital que la República recibe de la Independencia en la continuidad de los siglos, creadores del Perú.

Al final de este libro, procede esta pregunta: ¿Para qué la Independencia?

De algún modo ya se ha adelantado la contestación. La Emancipación afirma como objetivo central, como objetivo último, el perfeccionamiento de la comunidad peruana. Este es el ideal de los precursores y de los hombres que vencieron en la lucha por la afirmación de una singularidad espiritual, obra de la historia.


miércoles, 22 de diciembre de 2010

El asesino desorganizado - Marco Aurelio Denegri




El asesino desorganizado en De esto y aquello (2006) de Marco Aurelio Denegri


1. La pérdida de los controles instintivos

Niko Tinbergen, científico de renombre mundial, ha dicho que el hombre es un asesino desorganizado, queriendo significar con esto que el hombre carece de las barreras naturales instintivas que impiden al animal matar a sus congéneres. Carencia que lo obliga a la creación de disuasivos —normas, leyes, preceptos y mandamientos—, que no tienen por cierto la eficacia de los frenos e inhibiciones que dio natura al resto de los animales. (1)

En el comportamiento agonístico o agonal de los animales, esto es, cuando luchan o pelean (agón, en griego, significa lucha, combate, y por eso se dice agonía de la lucha postrera de la vida contra la muerte); repito que en el comportamiento agonístico de los animales, un gesto de sometimiento, de humillación, pone fin a la contienda. No bien reconoce uno de los contendores su derrota, muestra al adversario su punto más vulnerable. Los cuervos y otras aves ofrecen la parte posterior de la cabeza; los perros y los lobos la garganta. En el mismo instante del ofrecimiento, el vencedor debe interrumpir la lucha, y la interrumpe. Una inhibición propia de su especie le impide dar el mordisco fatal. De esta manera, el más fuerte se impone, pero el más débil sobrevive. El hombre, en cambio, carente de tal inhibición automática, da el mordisco y mata al rival.


2. La significación de las armas

La pérdida de dicho control, según Lorenz, se debió al uso de las primeras armas, que permitieron al ser humano actuar con una rapidez mayor que la del instinto, de modo que la inhibición de matar ya no fue eficaz.

Con el perfeccionamiento de las armas, el hombre pudo matar a distancia y, además, sin ser visto por el enemigo. Pero no sólo eso: pudo matar también —y esto es importantísimo— con impunidad emocional. El asesino que tira, por ejemplo, un misil de un continente a otro, no vive directamente las terribles consecuencias que ocasiona. (2)

Para sentir plenamente, emocionalmente, lo que significa matar, hay que hacerlo sin armas. Si un fin de semana fuésemos a cazar conejos y tuviésemos que matarlos con los dientes y con las uñas, y sintiésemos cómo se defiende el conejo, y cómo le brota la sangre, y todo el esfuerzo que hay que hacer para finiquitarlo, entonces viviríamos realmente, sentiríamos profundamente, lo que es matar. Pero no, nosotros no hacemos eso; vamos con la escopeta y le disparamos a cien metros. Así no sentimos nada.

El camino de la maza a la bomba atómica es en realidad la trayectoria de una desinhibición. Perdido el control instintivo que impide matar al contrincante, surgió la posibilidad de matarlo innecesariamente. El hombre mata por gusto y se complace en ello. También es el único animal que se ensaña, esto es, que se deleita en causar el mayor daño y dolor posibles a quien ya no está en condiciones de defenderse. El hombre, ha dicho Rolf Denker, no puede comportarse como un animal sino con mayor bestialidad que cualquier animal.


3. Hacker y la agresión

Sobre la agresión y la violencia de la especie humana se han publicado varias obras, pero acaso ninguna tan importante, quiero decir, como obra de conjunto, salvo posiblemente la de Erich Fromm (aludo a su Anatomía de la Destructividad Humana); ninguna, repito, tan importante como la de Friedrich Hacker titulada Agresión, con prefacio de Konrad Lorenz. Tiene muchas páginas, quinientas cuarenta y ocho páginas, pero así mismo muchas ideas y opiniones interesantes. Transcribo inmediatamente algunos lugares significativos.

“Definimos la agresión como la disposición y energía humanas inmanentes que se expresan en las más diversas formas individuales y colectivas de autoafirmación, aprendidas y transmitidas socialmente, y que pueden llegar a la crueldad.”

“La violencia no se identifica con la agresión: la violencia es la manifestación abierta, manifiesta, 'desnuda', casi siempre física de la agresión.”

“Factores hereditarios específicos, innatos, genéticos, influencias psicológicas y culturales, estructuras del sistema nervioso, y también hormonas y modelos sociales, en su interacción e interferencia, determinan el fenómeno de la agresión.”

“El amplio espectro de la agresión va de la actividad a la destrucción: de la agresividad sintomática, como pérdida de freno sobre procesos conscientes e inconscientes en todos sus matices, a la agresión como estrategia planeada; de la estructura organizada a la violencia.”

“La falsa apreciación propagandística e ideológicamente errónea de que con la violencia no se puede cambiar nada realmente, es contradicha por la observación histórica, psicológico-social y política. La violencia no sólo es eminentemente transformadora de la realidad y realmente eficaz, sino que determina en un grado cada vez mayor el fondo y la superficie de la realidad moderna. Con la técnica de la llamada polarización —sólo existen aliados y enemigos, y el que no está conmigo está contra mí— se consigue la esquematización, que es una de las premisas de la violencia.”

“Me veo obligado a destacar que no sólo la agresión sino la misma violencia en determinadas circunstancias (aunque más escasas de lo que hoy se cree) pueden tener un valor 'positivo' y lo destaco porque precisamente se puede abusar de este valor positivo (que es raro y raras veces inevitable) como modelo de justificación para las muchas formas de violencia superfluas, evitables y manipuladas.”

“A la larga, el uso de la violencia es una pobre estrategia, porque sus éxitos iniciales, al llamar la atención y al obtener un carácter público, inducen a la repetición, la embotan y provocan la antiviolencia, la escalada de la violencia y el embrutecimiento general.”

“Es muy dudoso que el principio de la no-violencia pueda tener eficacia sin la personalidad carismática de un guía y, sobre todo, sin la previa traslación de los antagonismos a un terreno de 'caballerosidad'; un Estado totalitario no habría tolerado las privaciones que se impuso Gandhi ni les habría dado publicidad.”

“En un mundo polarizado, fanatizado, obstinado en la violencia, la renuncia incondicional a la violencia en cualquier circunstancia es, o una pose, o una sobrevaloración irracionalmente demencial de la razón, o una altiva indiferencia frente a la persistencia de un sufrimiento evitable.”


4. Hipótesis de la Escuela de Yake

Para los etólogos, la agresividad es pulsión autónoma y no simplemente manifestación reactiva del organismo. Pero según la hipótesis de la Escuela de Yale, hay relación causal entre la frustración y la agresión; ésta supone siempre la existencia de aquélla; la agresión sería, en consecuencia, de índole reactiva; cada vez que se impide una conducta cuyo fin es obtener placer o evitar dolor, se origina una frustración, que a su vez despierta agresión contra las personas o cosas que se tienen por causantes de la frustración.

Basándose en nuevas investigaciones, los autores de esta hipótesis la reformularon, reconociendo, entre otras cosas, que es efectivamente cuestionable suponer, como habían supuesto, que de resultas de la frustración se origine siempre alguna forma de agresión. La frustración es estímulo para la agresión, pero no es el único estímulo.

Reconocieron, además, los científicos de Yale, no haber distinguido bien en su hipótesis entre la suscitación o excitación de tendencias agresivas y la manifestación real de la agresión.


5. Utilidad de la agresividad

La agresividad, cuando no es destructiva ni violenta, es biológicamente útil. Si no fuésemos agresivos, tiempo ha que nos habríamos extinguido como especie. Ocurre, sin embargo, que el homo sapiens ha llegado a ser homo brutalis. La suya es, por tanto, como diría Fromm, agresividad maligna y necrofílica, despiadada y brutal.

La brutalidad, dice Hacker, parece ser el lema de nuestro tiempo. Tanto la aplicación crudelísima de la violencia brutal como la habituación indiferente a la brutalidad como suceso diario se hacen cada vez más frecuentes. Mejor dicho, ello ya es, y uso el neologismo de Marías, una solencia.

La violencia suele combatirse con la violencia (otra solencia, dicho sea de paso). Error de bulto, según Hacker. A juicio de este autor, la violencia no puede ser neutralizada con éxito por la violencia, sino por la identificación y el conocimiento de las circunstancias y condiciones que engendran la violencia, y por la eliminación de las mismas.


6. Reparos

En la obra de Hacker, generalmente estimable y de lectura provechosa, el autor no para mientes en la antropología cultural de la violencia. No se ha detenido a preguntarse —debió— por qué hay culturas más violentas que otras. Compense el lector la falta leyendo La Naturaleza de la Agresividad Humana de Ashley Montagu.

Por otra parte, que la privación de estímulos, como demostraron Dexton, Herron y Scott en 1954, sea desorganizante y enloquecedora para el ser humano, es hallazgo de validez posiblemente general en Occidente; pero en otros sitios no es así; al menos en el Tíbet no lo es. Convénzase el lector de ello consultando el libro de Alexandra David-Neel, Místicos y Magos del Tíbet. Los ermitaños del Tíbet, no obstante aislarse durante varios años, no se trastornan; y eso que algunos cumplen el aislamiento a obscuras. ¡A obscuras! ¡Hay que ser tibetano para semejante proeza!

El capítulo final, que Hacker titula “El inexistente capítulo final”, amalgama convicciones personales, confesiones, ideales, recomendaciones y buenos deseos; es un ponche servido con no poca declamación.

Sin embargo, repito, la obra de que se trata es valiosa, y también la de Fromm. Ambas son, a mi ver, de lectura obligatoria.


7. La compulsión de matar

En los primeros ciento cincuenta años de los últimos doscientos, en el Occidente civilizado —supuestamente civilizado—, la principal ocupación del hombre ha sido matar. Cada minuto, un ser humano ha dado muerte a otro ser humano. En los últimos cincuenta años, la pausa entre una y otra muerte violenta se ha reducido a un tercio; es decir que actualmente cada veinte segundos un hombre mata a otro hombre.

Lewis Richardson, en su libro Estadística de las Querellas Morales, calcula que entre 1820 y 1945, fueron muertos cincuenta y nueve millones de seres humanos en guerras, ataques homicidas y otras luchas fatales.

Considerando, pues, la destructividad, la brutalidad y la estupidez de la especie humana, yo comparto la opinión de Lorenz de que es inútil seguir buscando el eslabón perdido, porque el eslabón perdido somos nosotros.

“Si yo creyera —dice Lorenz— que el hombre es la imagen 'definitiva' de Dios, entonces no tendría mucha confianza en Dios.”

Habrá que pensar, en consecuencia, como ciertos gnósticos, que a nosotros no nos creó Dios, sino el Diablo, en un momento en que Dios estaba descuidado.


8. Nuestra incomparable diabolicidad

Somos, pues, diabólicos, y manifestación palmaria de ello es nuestra perseverancia en el error. Bueno fuera, o mejor dicho, no tan malo, que sólo nos equivocásemos; pero no, cometida la equivocación, perseveramos en ella, persistimos en el yerro, en el desatino o despropósito, en la estupidez monda y lironda. Es que no tenemos servomecanismos verdaderamente eficaces; y para enderezar y componer nuestra conducta los necesitamos; porque con la sola razón y las buenas intenciones seguiremos como estamos, desmedrados.


9. Servomecanismo

Acaso los más de los lectores ignoren lo que es el servomecanismo. Convendrá, pues, noticiarlos al respecto.

Dícese servomecanismo del sistema electromecánico que se regula por sí mismo al detectar el error o la diferencia entre su propia actuación real y la deseada. (Servo-, del latín servus, siervo, esclavo, sirviente, es elemento compositivo que entra en la formación de palabras con las que se designan mecanismos o sistemas auxiliares.)

En el ser humano, la detección del error o de la diferencia entre la propia actuación real y la deseada, no motiva la corrección, salvo ocasionalmente, y en consecuencia el yerro o el desfase prosigue y la actuación empeora. Pareciera haber en nosotros vocación de peoría y no, como sería menester, ánimo de mejoría.

Suele decirse, repitiendo a Séneca, que es propio del hombre equivocarse (“errare humanum est”); y es cierto; sólo que siempre conviene agregar, como hacían los escolásticos, que es diabólico perseverar en el error (“perseverare autem diabolicum”).

La perseverancia en el error es una de las características más detestables del ser humano y una de las más peligrosas.

Como decía el fisiólogo francés Charles Richet, estar dotado de razón y ser insensato, es algo mucho más grave que no estar dotado de razón.

El hombre no es, pues, homo sapiens. ¿Y entonces qué es?


10. ¿Qué es el hombre?

El hombre es un miembro del reino animal, del filum de los cordados del subfilum de los vertebrados, de la clase de los mamíferos, de la subclase de los euterios, del grupo de los placentarios, del orden de los primates, del suborden de los pitecoides, del infraorden de los catarrinos, de la familia de los hominoides, de la subfamilia de los homínidos, del género homo y de la especie stupidus.

“Todos los hombres —decía Mussolini— somos más o menos estúpidos. La cuestión es ser un estúpido ligero. ¡Dios nos libre de los estúpidos pesados!”


11. Nosotros y los antropoides

“Recientemente —dice José María Cabodevilla, en El Libro de las Manos, tras un serio estudio comparativo entre el hombre y los antropoides, se ha demostrado que, de un total de 1065 rasgos anatómicos, sólo 312 son exclusivos del hombre, de tal suerte que las semejanzas entre nosotros y los monos antropoides con mayores que las que existen entre éstos y el resto de los monos.”

“Tanto ellos como nosotros somos primates, título mucho más insigne que el de simples vertebrados o simples mamíferos, pues 'primates' significa los primeros, los más sobresalientes, los Animales Principales.”

Si lo que Cabodevilla quiere decir es que tal primacía obedece al hecho de ser nosotros los que hacemos las mayores animaladas, entonces concuerdo plenamente con él. Nadie nos supera, en efecto, en la comisión de burradas. Somos, pues, los Animales Principales.

No solamente somos la única especie que no sabe convivir y que mata cada veinte segundos a uno de sus congéneres, sino que estamos empeñados —peligrosísimo empeño— en una creciente destrucción ecológica.

La incapacidad convivencial y la homicidiofilia, o mejor dicho, la homicidioerastia, son ciertamente terribles, pero la destrucción de todos los ecosistemas es de una demencialidad estupefaciente.

Presunción firme —muy firme— de Leakey

Richard Leakey, el gran paleontólogo de Kenia, tal vez el paleontólogo más famoso del mundo y cuyos hallazgos han sido sensacionales, ha publicado, en coautoría con Roger Lewin, el libro titulado Los Orígenes del Hombre. Entresaco de esta obra la cita siguiente, que contiene una presunción lamentablemente muy bien fundada y que dice así:

“Quizá la especie humana no sea más que un espantoso error biológico que se ha desarrollado hasta traspasar un punto en que ya no puede prosperar en armonía consigo misma ni con el mundo que la rodea.”

A una especie así lo único que le queda es extinguirse.

Esto no es pesimismo ni tampoco siniestrosis, como diría Pauwels. Esto es, sencillamente, la pura verdad. Aunque usted no lo crea.


NOTAS

(1) Sarah Blaffer Hrdy, antropóloga de Harvard, demuestra en su libro The Langurs of Abu, haber pitecocidio entre estos monos de la India. En efecto, cuando se produce el derrocamiento del jefe, el langur triunfante suprime a la prole del vencido. Siendo precario el desempeño de su jefatura, ya que hay siempre otros machos acechantes dispuestos a derrocarlo, el nuevo jefe, deseoso de cubrir cuanto antes a las monas, se vale del infanticidio para acelerar la reiniciación del estro en las madres criantes. Demoraría más, naturalmente, la reiniciación, si no fuese interrumpida la crianza.

Acabo de decir infanticidio, pero tal vez debí decir cachorricidio, porque infantes sólo hay en nuestra especie, que es la única que habla, y el infante todavía no, por eso se le llamó infans, que no habla, del latín in-, no, y fari, hablar. Sin embargo, Plinio llamaba infantes a los polluelos y cachorrillos, y seguramente también a los monitos. De suerte que decir hoy, como dije, infanticidio por cachorricidio, tampoco es despropósito.

Cachorro, dicho sea de paso, no sólo es el perro de poco tiempo; ésa es la primera acepción, pero la segunda dice: “Hijo pequeño de otros mamíferos, como león, tigre, lobo, oso, etcétera.”

He visto cachorrez en Benedetti, Montevideanos, 70, aunque todavía no hallo documentación de cachorricidad. De la misma manera, no logro documentar machicidad, pero sí machez, expresión constante en Américo Castro, Teresa la Santa y Otros Ensayos, 261.

Ítem más: Ortega y Gasset manifestó por ahí, refiriéndose a los seres humanos, que éramos medio bestias y, a la vez, cachorros de arcángel.

Pero retomando el asunto que originó esta nota: lo positivo y lo cierto es que el caso de los langures es excepcional, y la excepción, contrariamente a lo que se supone, no prueba ni confirma la regla, sino que la establece para las cosas no exceptuadas; ése es el verdadero sentido de la expresión latina exceptio probat regulam de rebus non exceptis; es decir la excepción establece la regla de las cosas no exceptuadas”.


(2) Y a propósito de misiles, he aquí una prueba más de la locura armamentista: según la revista Time, del 16 de julio de 1990, página 9, doce mil misiles nucleares (¡doce mil!) apuntan desde los Estados Unidos a Rusia. Uno solo destruiría completamente el Kremlim y todo lo que estuviese a seis kilómetros a la redonda.

¡Y después se habla de la paz y del desarme! ¡Por favor!

Otra manifestación palmaria del afán destructor y aniquilante del hombre es la siembra que ha hecho, en todo el planeta, de minas antipersonales. Nuestro planeta está minado y lo está extraordinariamente. Desminarlo demoraría ... ¿sabe el lector cuántos años demoraría? ¿sabe cuántos? Pues sépalo de una vez y espántese: desminar la Tierra demoraría mil cien años. ¡Mil cien! ¡Sí, más de un milenio! El hecho produce estupefacción y sobresalto. En una palabra, pasmo.

La doctora Linda Lema Tucker, cuya versación en minas antipersonales es innegable, y a quien entrevisté en mi programa televisivo “A solas con Marco Aurelio Denegri”, el 24 de noviembre de 1998, me entregó dos trabajos muy importantes de su autoría sobre el asunto de que se trata. En uno de ellos, titulado “La humanidad y su condena a las minas antipersonales (MAP)”, se expresa como sigue:

“Se calcula que 110 millones de minas activas se hallan sembradas en 70 países, es decir, un artefacto explosivo por cada 16 niños o por cada 48 seres humanos en todo el planeta.

“Más de 1,400 personas mueren y 780 resultan mutiladas cada mes por acción de las minas esparcidas en todo el mundo. Se calcula que la erradicación total de los artefactos tendrá un costo de unos 33 mil millones de dólares, en un período de 1,100 años.

“Por cada mina que se retira se colocan 20 nuevas. El año pasado (1997) se retiraron 100 mil y se sembraron dos millones.

“Más de 25 países están actualmente en crisis a causa de las minas sembradas en sus territorios.

“En Angola y Camboya hay más minas que habitantes, y en Kuwait hay 280 minas por kilómetro cuadrado.

“Si 110 millones de minas antipersonales (MAP) están enterradas en 70 países, una cantidad equivalente está depositada en los almacenes de los países fabricantes. Semanalmente se fabrican 50 mil minas, es decir, cada minuto, 5 nuevas minas amenazan la paz del mundo. Son 35 países productores de minas antipersonales. Los más importantes son los Estados Unidos, China y Rusia.”

El otro trabajo de Linda Lema Tucker, muy informativo y bien documentado, como todos los de ella, se titula “Las minas antipersonales (MAP) en el Perú”. Recomiendo leerlo y también la lectura del artículo de Luis Gonzáles Posada, “¿Y las minas, Señor Presidente?” (La República, 29 de noviembre 1998, 22.)