jueves, 25 de noviembre de 2010

‹‹Sentimiento oceánico›› - Marco Aurelio Denegri


Extracto de Vallejística en De esto y aquello (2006) de Marco Aurelio Denegri.




En la página inicial de El Malestar en la Cultura, dice Freud lo siguiente:

‹‹Habiéndole enviado [a Romain Rolland] mi pequeño trabajo que trata de la religión como una ilusión [El Porvenir de una Ilusión], respondióme que compartía sin reserva mi juicio sobre la religión, pero lamentaba que yo no hubiera concedido su justo valor a la fuente última de la religiosidad. Ésta residiría, según su criterio, en un sentimiento particular que jamás habría dejado de percibir, que muchas personas le habían confirmado y cuya existencia podría suponer en millones de seres humanos; un sentimiento que le agradaría designar ‘sensación de eternidad’; un sentimiento como de algo sin límites ni barrearas, en cierto modo oceánico.›› (Sigmund Freud, Obras Completas. Madrid, Biblioteca Nueva, 1967-1968, III, 1. Véase también Ernest Jones, Vida y Obra de Sigmund Freud. Buenos Aires, Editorial Nova, 1959-1962, III, 358.)

Freud confiesa haberse incomodado por la declaración de su amigo, ‹‹pues yo mismo —dice— no logro descubrir en mí este sentimiento oceánico››.

Indescubrimiento normal: él no tenía la finura perceptiva ni la sensibilidad artística de Rolland, ni la perspicacia poética; y sin todo ello no hay sentimiento oceánico que valga; ni tampoco esa ‹‹percepción de lo infinito›› descrita por Max Müller y que en buena cuenta se le equipara. (Cf. F. Max Müller, Lectures on the Origin and Growth of Religion. Varanasi, India, Indological Book House, 1964, edición original: Londres, 1878. Primera conferencia: ‹‹The perception of the infinite.››)

A propósito del infinito: en Los Paraísos Artificiales, de Baudelaire, y naturalmente en marco hachísico, véanse las consideraciones tituladas ‹‹La afición al infinito››. Ítem más: la sensación de infinitud que producía el mar en Vallejo se aprecia en un escrito de éste publicado en Mundial, el 27 de agosto de 1926, donde manifiesta explícitamente lo siguiente:

‹‹Me sumerjo en la emoción de infinito del mar››. (César Vallejo, Artículos y Crónicas, 187. Véase también Winston Orrillo, César Vallejo: Los Géneros Periodísticos, 107.)

En ‹‹Telúrica y magnética››, uno de los poemas vallejianos, consta la expresión sentimiento oceánico.


¡Oh campos humanos!
¡Solar y nutricia ausencia de la mar,
y sentimiento oceánico de todo!


Es sorprendente; el poema es de 1932; Vallejo no pudo haber leído Das Unbehagen der Kultur (no sabía alemán); y la traducción francesa sólo se publicó en 1934.

Ergo, el sentimiento oceánico vallejiano es creación extrafreudiana. (El doctor Javier Mariátegui dice haber visto la expresión de que se trata en Pierre Janet —1859-1947—; pero desgraciadamente el ilustre psiquiatría no me ha podido dar al respecto ningún dato preciso.)

domingo, 21 de noviembre de 2010

Cantinflada - Martha Hildebrandt


Cantinflada en El habla culta (o lo que debiera serlo) (2003) de Martha Hildebrandt



A partir de 1940 —año de su primera película importante — se populariza en la América hispana el nombre artístico, Cantinflas, del actor cómico mejicano Mario Moreno, muerto a los ochenta años en 1993.


Sobre el origen de ese nombre artístico hay varias hipótesis, ninguna convincente para un lexicólogo. Pero —como suele suceder— son los legos en la materia quienes lanzan o recogen, con seguridad digna de mejor causa, las más pintorescas hipótesis etimológicas.


Relata, por ejemplo, Carlos Monsiváis, que en cierta ocasión, cuando el actor principiante Mario Moreno se explayaba en una cháchara enredada,


“Alguien, divertido con el fluir del disparate que propicia el cómico, le grita: ¡Cuánto inflas! (¡Qué borracho estás!): la contracción [de cuanto más inflas] tiene éxito, aparece Cantinflas y en esta materia lo verdadero es lo muy probable”. (En “Un caballero a la medida”, artículo publicado en Cambio 16; Madrid, 3 de mayo de 1993).


Si en el muy serio asunto de las etimologías “lo verdadero es lo muy probable”, como afirmaba Monsiváis, para algunos es igualmente probable que el apelativo Cantinflas haya resultado de la contracción de otra frase dicha en oportunidad semejante a la descrita por Monsiváis: en la cantina inflas, es decir, ‘en la cantina bebes hasta la ebriedad’, según se entiende en el español de Méjico.


En su última edición el Diccionario de la Real Academia Española incluye, como mejicanismo, el sustantivo masculino cantinflas referido a quien habla o actúa como el personaje identificado con dicho actor mejicano. Registra igualmente, también como mejicanismos de uso extendido a otros países de Hispanoamérica, los derivados cantinflada ‘dicho o acción propios de un cantinflas’, cantinflear ‘hablar o actuar en forma disparatada o incongruente’ y cantinflesco, adjetivo que remite a un cuarto derivado: acantinflado. Por último, incluye otros dos derivados que, al parecer, no se usan en Méjico: el venezolanismo cantinflérico y cantinflero como chilenismo.


En cuanto a acantinflado, aparecía ya en la edición de 1970 del Diccionario de la Academia (en el Suplemento) y, lo que es curioso, sólo como chilenismo. La entrada se mantuvo así en la edición de 1984 del DRAE; en la de 1992 acantinflado aparece como uso de Chile y Méjico.


Los nombres propios —los sobrenombres entran también en este grupo— no son en español prolíficos derivados que, como sustantivos, enriquecen el caudal de la lengua.


A semejanza de cantinflada se pueden citar barrabasada, de Barrabás, nombre del reo indultado con preferencia sobre Jesús; quijotada, de Quijote y perogrullada, de Perogrullo, nombre de un personaje popular identificado con la verdad palmaria que es superfluo repetir.


Los verbos derivados de un nombre propio, apellido o sobrenombres, como cantinflear, son todavía más escasos. Uno de ellos (que lleva también el sufijo de frecuentativo –ear) es jeremiquear o jerimiquear ‘lloriquear, gimotear’, del nombre del profeta Jeremías, célebre por sus lamentaciones; el verbo está restringido al uso de Andalucía y América.


Adjetivos terminados en el sufijo –esco, como cantinflesco, parecen algo más abundantes. Son ejemplos: dantesco, del nombre Dante Alighieri; quijotesco, de Quijote; quevedesco de Quevedo; donjuanesco ‘propio de un donjuán’, del nombre del personaje de Tirso de Molina y Zorrilla; churrigueresco, del apellido Churriguera, perteneciente al creador de un estilo de ornamentación recargada en la arquitectura española del siglo XVIII; rocambolesco, de Rocambole, personaje creado por el novelista francés Ponson du Terrail.


En cuanto al adjetivo cantinflero (usado también como sustantivo, referido a personas) que es sinónimo de cantinflesco y está documentado en el habla peruana, resulta difícil hallar otros adjetivos terminados en –ero que sean derivados de nombres o sobrenombres de persona.


En el español del Perú está también documentado el derivado cantinflismo. No hay duda de que el nombre artístico del actor mejicano Mario Moreno resulta un ejemplo extremo de productividad en el campo léxico.


jueves, 18 de noviembre de 2010

La solencia decimonónica de matar perros - Marco Aurelio Denegri


La solencia decimonónica de matar perros en De esto y aquello (2006) de Marco Aurelio Denegri



Efectivamente, lo sólito, en el siglo XIX, en Lima, en el Cuzco y otras partes, era la matanza de perros vagos. Solencia que continuó en las dos primeras décadas del siglo XX, y como aún no regía la política de protección a los animales, entonces no resultaba inadmisible —hoy por cierto lo sería— la publicación de un artículo titulado ‹‹¿Tienen los perros derecho a la vida?›› Yerovi, que lo comenta, responde afirmativamente, aunque refiriéndose, desde luego, a los perros que tengan ‹‹la medalla municipal de salvación››, no a los perros vagos. (Cf. Leonidas Yerovi, Obra Completa, II, 387.)


En Lima matan los perros
para que no muerdan a los demás,
y al otro día, temprano,
mátanse más. (*)
‹‹Los aguadores —
dice Cisneros Sánchez— constituían un gremio importante y por el derecho de sacar agua de las pilas públicas tenían dos obligaciones: la de regar la respectiva plazuela un día por semana y la de matar a los perros sin dueño.›› (Manuel Cisneros Sánchez, Pancho Fierro y la Lima del 800, 87.)

Anteriormente, la matanza de que se trata había estado a cargo de los pulperos. (Cf. Martha Hildebrandt, Peruanismos, s.v. ‹‹Mataperro››.)

[...]

El viajero norteamericano George Squier —citado por Rivera Martínez— cuenta que en el Cuzco, en 1864, solíase matar perros vagos todos los jueves, por orden municipal.


‹‹Por cierto que en esos días —comenta Rivera Martínez— todos los canes ‘decentes’ era retenidos en casa por sus dueños, en tanto que los proletarios quedaban librados a su suerte. Y la matanza, encargada a los indios, se realizaba de modo tan sorprendente como cruel. Dos campesinos espantaban con palos a los animales a la entrada de una calle y los arreaban hacia la salida de la misma, donde otros dos los aguardaban con una cuerda que sostenían, de acera a acera. Y cuando un perro pasaba por encima, la tensaban de súbito y con un fuerte envión lo levantaban por el aire, y después de que caía al suelo, todo aturdido, lo remataban con sus cachiporras. Más tarde lanzaban los cuerpos de las víctimas al río Huatanay. Costumbre bárbara, sin duda, y que se inscribe en el marco de las muchas referencias en la que Squier alude a la ‘crueldad’ de los indígenas, siendo así que éstos se limitaban a cumplir las órdenes que recibían de las autoridades.›› (Edgardo Rivera Martínez, ‹‹Los perros del Cuzco››, El Comercio, El Dominical, 26 Marzo 2006, 7.)

Antes de reprobar añejas prácticas, conviene averiguar si durante su vigencia regían también los sentimientos actitudes que hoy nos mueven a condenarlas. Nos parece actualmente cruel el maltrato de animales y con cuanto mayor razón su matanza, aunque naturalmente hay excepciones; pero en lo antiguo no era así; torturar animales no era práctica execrable, ni costumbre vitanda matarlos.

‹‹El existencialismo –dice Fatone— al negar que el animal existe, repite, sin tener ciencia de ello, una vieja posición que consistió siempre en abrir un abismo entre el hombre y el resto de la realidad.

‹‹Es la posición que en el siglo XVII hizo considerar a los animales como autómatas o máquinas. Descartes fue quien en esa época extremó la posición: los animales no pensaban y ni siquiera sufrían. Respondían a los excitantes, como responde un mecanismo sin tener conciencia.

‹‹Y hasta fue moda mundana la de entretenerse en herir a los animales para oírlos gemir, porque ¡los animales gemían como los relojes daban campanadas! ¡Su respuesta, al gemir, era como la del reloj: mecánica!››

(Vicente Fatone, Introducción al Existencialismo. Tercera edición. Buenos Aires, Editorial Columbia, 1957, 58.)



(*) Bartola dice, equivocadamente, mátense, modo imperativo que en este caso realmente no corresponde; el modo correspondiente es el indicativo. (Cf. Bartola, Color Noche, disco compacto, pista 13, en la resbalosa.)

jueves, 4 de noviembre de 2010

CRÍTICA LITERARIA: MOZART de Ramón Andres

Dándole una revisada a una vieja tienda de libros del jirón Quilca, allá en el centro de Lima, encontré un libro que me llamó la atención dado mi sumo interés por la vida de aquel músico salzburgués. Un subtítulo me convenció (ciegamente) a comprarlo: Su vida y su obra. Ya me había unas cuantas biografías de Mozart y esperaba encontrarme con algo más que leer acerca de él.

Mozart de Ramón Andrés. Lastimosamente, no fue lo que esperaba.

Si bien es cierto se nota que el autor ha investigado mucho, conoce muy bien el entorno musical y literario de la época, tiene conocimiento muy lúcidos de la música, no es una buena idea hacer alarde de estos por medio de una serie de referencias, saltos y contextualizaciones, en algunos casos, innecesarios. Ojo: el libro no está mal escrito. Es legible, es entendible, bien ilustrado, con precisas citas y comentarios (como los de Goethe: impecables), pero el autor comete (no sé si adrede) la idea de irse mucho por las ramas: comenzamos hablando de la relación del joven Mozart con el conde Grimm, y terminamos mencionando lo que dijo uno de los invitados del conde en alguna noche de aquellas. No me parece. No abundaron lo que uno busca al leer una biografía: referencias de la vida del personaje en estudio, anécdotas acerca de su vida; por supuesto, apoyado en un contexto histórico-musical sustancioso, pero no tan denso.

A mi parecer el libro no fue tan satisfactorio. Claro, hay algunas partes que son muy bien elaboradas. Hay un capítulo excelente dedicado enteramente al aspecto físico de Amadeus y su respectiva iconografía. Pero hay partes donde no ahondan lo suficiente: el último capítulo de la vida del músico carece de información acerca de la gran deuda por la que recibió un aviso judicial. Hasta ahora es un misterio, al igual que por qué no está incluido en el libro en mención.

Mozart no es un título deficiente. Hay partes de real interés a las que ha sabido darle buena prosa el español, pero hay otras donde sobrecarga de información el libro. Contiene escasa información en algunos lugares, la suficiente en otras y demasiadas en algunas, haciendo del libro uno no tan lecturable para todo receptor (especialmente para aquel que no haya leído alguna vez alguna biografía decente del músico) debido también a sus constantes saltos (un tanto confundidores) temporales. Por lo tanto, es un libro irregular para nada imprescindible, pero de cierto interés para aquellos que deseen leer indiscriminadamente algún libro sobre este extraordinario compositor.

Yo le hubiera cambiado el título: Entorno musical de Mozart y cómo influyó en algunas partes de su vida y música. Bueno, supongo que no sería tan comercial.
Referencia bibliográfica:
ANDRÉS, Ramón. Mozart: su vida y su obra. España: Ma non troppo (Ediciones Robinbook), 2006.