domingo, 30 de enero de 2011

TOP 10: Los "Fab Four"... The Beatles

La verdad es que hoy en día se han visto tantas listas de las mejores canciones de este genial grupo inglés que ya simplemente es imposible determinar cuál es la mejor y más fiable. Para la revista Rolling Stones la mejor es A day in the life del famosísimo álbum Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band. Para otros lo es Yesterday, o Something, o Hey Jude, etc. Y es que es tan extensísima y variada la producción que se ha vuelto un trabajo duro el seleccionar la mejor. Aunque muchas veces concordamos en las diez y solo varía el orden. Yo opino que no es posible determinar la mejor canción del grupo sin haber escuchado por lo menos dos veces cada canción que componen todos los álbumes de The Beatles, y es un trabajo a veces un poco cansado, pero no por ello angustiante ni insatisfactorio.

A continuación un simple repaso por lo que yo considero mis favoritas de The Beatles.

1. A day in the life

Año: 1967
Álbum: Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band
Intérprete: John Lennon / Paul McCartney




2. Come together

Año: 1969
Álbum: Abbey Road
Intérprete: John Lennon




3. Hey Jude

Año: 1968
Álbum: Past Masters, Volumen II
Intérprete: Paul McCartney




4. Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band

Año: 1967
Álbum: Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band
Intérprete: Paul McCartney




5. Michelle

Año: 1965
Álbum: Ruber Soul
Intérprete: Paul McCartney




6. I saw her standing there

Año: 1963
Álbum: Please Please Me
Intérprete: Paul McCartney




7. Yesterday

Año: 1965
Álbum: Help!
Intérprete: Paul McCartney




8. Something

Año: 1969
Álbum: Abbey Road
Intérprete: George Harrison




9. Abbey Road's Medley

Año: 1969
Álbum: Abbey Road
Intérprete: Paul McCartney, John Lennon, Ringo Starr, George Harrison




10. Here comes the Sun

Año: 1969
Álbum: Abbey Road
Intérprete: George Harrison




Quizá me haya excedido un poco con el álbum Abbey Road, pero jamás he escuchado música de tan buena calidad como la de ese álbum. En fin, lo que vale es haber hecho una lista más de las miles que se han hecho sobre The Beatles. Por algo son (y siempre serán) los más grandes.

miércoles, 12 de enero de 2011

El legendario Alianza Lima - Abelardo Sánchez León





El legendario Alianza Lima en La balada del gol perdido (1993) de Abelardo Sánchez León

Yo soy hincha del Alianza Lima mucho antes de que hiciera la Primera Comunión, de la misma manera que Toño Cisneros lo es del Cristal (antes Sporting Tabaco, por supuesto), Alfredo Bryche Echenique del Ciclista Lima, Fernando Sánchez Albavera del Sport Boys y Julio Ramón Riberyro de la U. Ser hincha de un equipo de fútbol es parte esencial de la personalidad de uno. La manera de llegar a serlo y las razones de fondo son siempre un enigma. Quizás exista una relación entre la forma de jugar de cada equipo y los rasgos que definen a cada quien, pero lo cierto es que hay una enigmática relación de estos factores que favorece la identificación.

Según la información que nos proporciona el historiador José, el Sport Alianza, fundado en febrero de 1901, que después sería el legendario Alianza Lima, fue el primer equipo conformado por las clases populares urbanas. La euforia del fútbol se había concentrado en la juventud de la nueva oligarquía nacional. Fue el caso de la directiva del Unión Cricket que, en 1897, se componía de personas como Pedro de Osma, Carlos Gildemeister, J. Garland, Miguel Grau, Luis Alayza y Rafael Benavides. Pero el carácter de juego colectivo, en una sociedad que se colectiviza y se masifica, fruto del desarrollo capitalista, posibilitó que otras personas también empezaran a practicar el fútbol, personas que provenían de otros estratos sociales. Al año de fundado el Alianza Lima apareció en la escena su más encarnizado rival: el Atlético Chalaco, y ya por 1910 habían aparecido una serie de clubes de clara procedencia popular: Unión Buenos Aires Callao, Sport José Gálvez, Sport Tarapacá, Sport Ica, Sport Progreso y Sporting Tabaco.

De todos ellos, el Alianza Lima es el que ha logrado durante este siglo y convertirse en el rival de una serie de clubes que se han mantenido en la primera división y otros que han desaparecido para siempre. Universitario, Boys, Municipal, Cristal, de un lado, y Mariscal Sucre, Mariscal Castilla, Centro Iqueño, de otro. Pero, además, el Alianza ha logrado mantener un carácter eminentemente popular, a pesar de representar a una zona específica de la ciudad y a una raza que no permite confusión: La Victoria y la negritud. Esto, en una sociedad plagada de cambios y evoluciones, que tiraba más hacia el mestizaje cholo, proveniente del Perú Profundo lanzado hacia la costa, la capital, las barriadas, que no necesariamente se identificaban con ese universo negro asentado en las zonas antiguas de Lima y el criollismo.

El espíritu tradicional con el cual se suele identificar al Alianza es el criollismo, hermano del Señor de los Milagros, amante de la carapulcra, de los anticuchos y las sabrosas morenas: las huestes de la Valentina. Lo popular es (pero sobre todo era) el mundo criollo. El callejón y su tacu-tacu, Carlos Lazón y el Callejón del Bullo, Matute, Mendocita, la zona galante y peligrosa de la ciudad, el cajón, la jarana, Abelardo Vásquez. Alianza, sin duda alguna, representaba con su estilo de juego toda la viveza criolla del hablar jugando a la pelota. Pero la pregunta es: ¿cómo ha evolucionado Alianza para no perder el tren de los cambios en el mundo popular, orientado ahora al tesón y disciplina de las barriadas; al hecho de construirse su casa con esteras en la punta del cerro? ¿O a pitear por la luz y el agua? ¿Cómo ha logrado politizar a su hinchada de acuerdo a la politización popular en la ciudad?

Si el Alianza persistiera en la imagen de representar al mundo criollo y negro de La Victoria, estaría casi muerto, y no podría proponerse como Alianza es el Perú y el Perú es el Alianza. Imposible, porque el Perú es ancho y ajeno, vasto y distante, diferente. El milagro (en octubre y de morado) es que sin perder sus rasgos esenciales ha logrado convocar a otros segmentos de la población, sobre todo populares, pero también de los sectores medio y altos. Y aquí compite, como es obvio, con la U, pero también con el Cristal. Hay algo, sin embargo, tremendamente poético e inasible en la hinchada del Alianza, algo profundo, a pesar de los cambios operados en su hoy violenta y achorada barra. Eso es una maravillosa desconfianza en su talento y en su capacidad, propia del mundo popular, acostumbrado más a no poder desarrollarse que a hacerlo. A los blancos, los blanquitos y los blanquiñosos, la vida les resulta más fácil que a los cholos, a los chinos y a los negros. Resulta feo, pero es desgraciadamente así. La seguridad del blanco no la tiene el negro. Su prepotencia, su aplomo, son rasgos que no pueden generalizarse. En el Alianza hay la convicción del talento y la calidad, pero no la seguridad de llegar a buen puerto. La cábala, la magia, surgen, entonces, como paliativos que deben considerarse. Este Alianza, el de mi infancia y adolescencia, de hincha sufrido e inseguro, iba con mi personalidad. Los hinchas blancos del Alianza Lima son blancos tímidos y palteados. Lúdicos, juguetones,, cabalísticos, creyentes del poder de la Luna.

Sin embargo, no todo es así ahora. El universo popular juvenil urbano está confrontado a una competencia creciente, y tiene la necesidad de mostrar una agresividad contra el medio hostil que lo rodea para salir adelante. La nueva hinchada del Alianza no se reduce al sabor de los anticuchos ni al bailecito de los tamales en la tribuna Sur. El fútbol ha polarizado a la sociedad en sus cuatro tribunas; el estadio se ha convertido en el único lugar donde se encuentran todos durante noventa minutos de juego, y sin ser guerra, la competencia deportiva equivale a la competencia por la vida en la ciudad. Alianza, para mantenerse vigente incorpora, a su inseguridad innata, esa agresividad de la sociedad, juvenil, hostil, como signo de los tiempo. Pero todos sabemos que el universo popular jamás será prepotente; la cercanía a la pobreza abre las puertas a la calle, el vecino es el amigo, la pelota una excusa para pasar la tarde.

Los noventa años de su existencia son la expresión de piel vital, importante en el Perú, que demostró que desde la dificultad económica, el fútbol y el Alianza son una forma de poder ser siempre mejores que sin el fútbol y el Alianza.


Mayo de 1991

lunes, 10 de enero de 2011

This "right" thing...

Hojeando unos viejos libros en la antigua habitación de mi abuelo, encontré unos documentos bilingües súper mohosos que contenían frases de mi tía haciendo sus pininos en el cruel esfuerzo de tener que aprender dos idiomas en su tan clerical escuela. La cuestión es que en dichos papeles había oraciones que hicieron poco a poco preguntarme algo que había dejado en el aire hace tiempo. Había escrito lo siguiente:

‹‹This is my right hand›› ‹‹Este es mi mano derecha››

Había junto a los graciosos intentos de letras la certera imagen de una manita rosadita, como ya me suponía (ay, pero qué lindas las monjitas). Y un sinfín de ejemplos que nunca dieron frutos pues mi tía ya ni se acuerda cómo decir banana en inglés. Pero dándole más vueltas a las hojas me di con una sorpresa:

‹‹I have my rights›› → ‹‹Yo tengo mis derechos››

Si bien esas hojas me dejaron las manos bien sucias, también me dejaron una interrogante de lo más básica: ¿Cómo es que la voz ‹‹derecho›› y ‹‹right›› tengan las mismas acepciones en los dos idiomas? Se me ocurrió buscarle una explicación lógica y había que recurrir a la etimología.

Primero, ¿por qué en español con "derecho" se denomina no solo a aquel orden normativo con el que se rige la conducta humana en sociedad, sino también al hemisferio occidental de nuestro cuerpo? García Gallegos en su Fundamentos para una teoría de derecho, aclara de dónde proviene “derecho”: del latín "directum" que a su vez es el participio pasivo de la voz “dirigere”, que significa "lo que no se desvía o tuerce", o sea lo conforme a la regla, lo correcto. "Dirigere" está conformado por el prefijo continuativo "di" y la forma verbal "regere". En fin, lo que importa es la idea que derecho etimológimente es lo correcto. Lo curioso es que poco a poco se fue utilizando la idea de "derecho" para el occidente del cuerpo, dada la vieja creencia de la dualidad sexual en el ser humano, de que lo correcto estaba del lado derecho: el lado derecho era el masculino y el izquierdo el femenino. Eva pecó en el Edén y le otorgó el carácter de corrompible al lado izquierdo del cuerpo, capaz de manchar lo puro; de ahí la idea de lo "siniestro" (*) al lado izquierdo del cuerpo. Por eso el dicho "a diestra y siniestra": a derecha e izquierda.

Segundo, ¿por qué sucede lo mismo en el idioma inglés? Para obtener una respuesta, tendríamos que regresar a la palabra "dirigere", que se encuentra constituida por "di" y "regere". "Regere" tiene como base la voz matriz indoeuropea "reg" y teniendo en cuenta que el latín es una de las tantas lenguas indoeuropeas (lenguas de las que proviene el inglés y el alemán, por ejemplo) lo más probable es que en el idioma inglés se mantuviera el carácter primigenio de lo correcto y asimismo del lado derecho del cuerpo. "Right" proviene del alemán "riht" o "reht", y estos finalmente de "reg-to".

Lo que se puede entender es que, necesariamente, el carácter “correcto” de la base reg hace que prevalezca la idea en muchos de los idiomas indoeuropeos, lo cual explica un fenómeno que me tenía bastante intrigado desde hace tiempo. A fin de cuentas no se puede tampoco tener una certeza en estas cosas del lenguaje; como decía la buena Martha Hildebrandt que en cuestiones de habla no rige ninguna regla ni nada, solamente el uso que le dé la gente.

domingo, 9 de enero de 2011

Vicio, magia y oficio de un escritor nato - Alfredo Bryce Echenique




Vicio, magia y oficio de un escritor nato en A trancas y a barrancas (1996) de Alfredo Bryce Echenique

Y yo que siempre he repetido que un prólogo es algo que se escribe después de un libro, se coloca antes y no se lee ni antes ni después. Maravillosa excepción a esta regla es el prólogo de Gabriel García Márquez nos enseña, casi diría yo más de lo que merecemos, sobre los dieciocho años que le tomó, costó y hasta jodió escribir estos relatos peregrino. Cómo, entre sus tres vocaciones, literatura, periodismo y cine, barre por fin la primera mediante una esforzada carrera hasta el fondo de lo que es ser un escritor nato. Cuánto oficio, cuánto vicio y cuánta magia se requiere practicar para probarse a sí mismo (y a los demás) que aquello que fácilmente se da en llamar un escritor nato no es un asunto de genes, sino del insaciable y abrasivo vicio de escribir. Aclaro que las últimas cuatro o cinco palabras de la frase anterior a ese peregrino eterno de la literatura que responde al apodo de Gabo.

Y ahora sí lo cito, cuando se refiere a su prólogo de taller literario al largo recorrido que ha llevado a algunas notas periodísticas, alguna entrevista grabada y algunos guiones cinematográficos a convertirse en doce mágicos relatos: ‹‹…cuentos cortos, basados en hechos periodísticos, pero redimidos de su condición mortal por las astucias de la poesía […]. El esfuerzo de escribir un cuento corto es tan intenso como empezar una novela. Pues en el primer párrafo de una novela hay que definir todo: estructura, tono, estilo, ritmo, longitud, y a veces hasta el carácter de un personaje. Lo demás es el placer de escribir, el más íntimo y solitario que pueda imaginarse, y si uno no se queda corrigiendo el libro toda la vida es porque el mismo rigor de fierro que hace falta para empezarle se impone para terminarlo. El cuento, en cambio, fragua o no fragua. Y si no fragua, la experiencia propia y ajena enseñan que la mayoría de las veces es más saludable empezarlo por otro camino, o tirarlo a la basura. Alguien que no recuerdo lo dijo bien con una frase de consolación: “Un buen escritor se aprecia mejor por lo que rompe que por lo que publica”.›› Sigo ahora citando al mago nato de tanto trabajo: ‹‹…los recuerdos reales (que el autor revisa mediante un viaje de chequeo por las ciudades europeas en que, algún año ya remoto, se movieron sus caribeños personajes) me parecían fantasmas de la memoria, mientras los recuerdos falsos eran tan convincentes que habían suplantado a la realidad. De modo que me era imposible distinguir la línea divisoria entre la desilusión y la nostalgia››. Había que encontrarle alguna solución a este problema, aparte de la que naturalmente consiste en entregarse cuerpo y alma al vicio y oficio de trabajar unos materiales escribibles. García Márquez la encuentra con el correr de los años. Sólo este transcurso de lustros podría darle ‹‹una perspectiva en el tiempo››. Una perspectiva de dieciocho años, finalmente. Y entonces sí: ‹‹La escritura se me hizo tan fluida que a ratos me sentía escribiendo por el puro placer de narrar, que es el estado humano que más se parece a la levitación››.

Estudiar este largo y concienzudo paso de entrevistas, guiones de cine y crónicas periodísticas (que muchos hemos leído), sería materia de un taller de creación literaria o creación tout court y/o de un concienzudo artículo académico. No es éste el caso del reseñador encantado que soy, pues salgo recién de una muy placentera lectura más de entre las muchas que nos ha dado García Máquez. Y tampoco es el caso de quitarle al lector el placer potencial de estos Doce cuentos peregrinos, el goce personal e íntimo de su lectura, citando una sola frase del libro. Ni siquiera las de los pocos pero perfectos diálogos que salpican una prosa que, a decir del inglés Ford Madox Ford, es tan fresca que parece siempre un guijarro recién sacado del arroyo más cristalino. Me limito, pues, a reseñar la intensa forma en que disfruté de una lectura capital. A tratar de explicar(me) lo inexplicable, lo vicio, lo oficio, lo magia y lo nato. No quiero arruinarle su lectura personal a nadie. Sólo quiero inducir a que se lea este libro que yo tuve la suerte de leer en compaginadas, cortésmente cedidas por el diario El Mundo. Soy, pues, por decirlo de alguna manera casi un lector Adán y Eva de estos cuentos cuyas páginas quisiera compartir con alguien, con muchos, con todos, con parientes, amigos y enemigos.

En los doce cuentos que conforman la materia de este libro, el discurso narrativo se contagia constantemente del poético gracias a una maestría técnica puesta al servicio de un verdor candoroso, de una porosidad y disponibilidad realmente infantiles. En fin, hay un retorno a la percepción virginal del adamita o de sus equivalentes actuales: niño y loco. Y nuevamente en fin, García Márquez disloca, descoloca, desajusta, extrapola y da saltos y aletazos cada vez que inicia cada uno de estos relatos que, sin que nos demos cuenta siquiera, se convierten en una verdadera esponja fenoménica. Más, claro está desde siempre García Márquez, la riquísima concisión, la dimensión incesantemente evocadora que hace que a cada rato nos caigan cocos en la cabeza. Cocos, sí, o sea ‹‹ esos frutos independientes que crecen solos en las palmeras y se tiran cuando les da la gana››, que es lo que me enseñó sobre los cocos aquel inolvidable diccionario popular que me explicó que Edipo era un rey griego famoso por su complejo, o que madre putativa es aquella que se reputa madre.

La sonrisa de la razón —y hasta de la sinrazón, me atrevo a decir— es la forma en que el autor nos presenta a estos caribeños personajes absortos en Europa, pero que son capaces de describirla mejor que nadie (perdonen: he jurado no citar). De ahí tal vez, o además y todavía, el aire de eterna lozanía, de frescura y fragancia de cada relato, de cada párrafo, de cada frase. Pero el asalto al humor es tan frecuente como el paseo a la magia en estos cuentos de los que muchas veces lo inesperado surge casi como una necesidad vital para el autor. Más el estilo, pero quién no sabe ya que García Márquez afina como Borges el mismo violín que nos dejó el argentino genial afinador de todos los escritores de esta lengua maravillosa que es el español.

Termino. Últimamente ando desconcertado porque oigo hablar pésimo de una literatura supuestamente light y como para grandes almacenes y hasta en épocas de grandes rebajas. Cuentos y cuentas que se saldan, en fin. Pero clásico es lo que no se salda nunca. Lo que se reedita siempre y se encuentra siempre y para siempre en las librerías más especializadas. En este sentido, Doce cuentos peregrinos es la más heavy de todas las obras que no he comprado ni en gran almacén donde van los que tienen perdida la fe de un último tango en París, ni en una librería especializadísima donde van los que tienen puesta la fe en la literatura eterna. Ya lo dije antes: me los regaló El Mundo en compaginadas. Y entonces vino el placer inmenso de la lectura y la dicha de imaginar que, gracias a esta reseña de carbonero a tus zapatos, alguien me respetará más en el metro de Madrí-Madrid de Agustín Lara, capital europea de la cultura 1992.

viernes, 31 de diciembre de 2010

¿Para qué la independencia? - José Agustín de la Puente Cándamo


Extracto de Teoría de la Emancipación del Perú (1986) de José Agustín de la Puente Cándamo


La causa de un hecho histórico y su finalidad, son dos temas entretejidos y que pertenecen a la entraña misma de un hecho histórico.

En los capítulos anteriores se ofrecen múltiples respuestas que explican de modo más o menos imperfecto la causa de la Emancipación. El clima intelectual y político de la época; el ejemplo de otros empeños revolucionarios; los errores del gobierno virreinal; el clima de descontento y de protesta que se vive en todos los ángulos del Imperio; la propia identidad de cada reino americano sobre un verdadero denominador común; la urgencia de reformas que se acerquen a la autonomía y que jamás se formulan de manera orgánica; el alegato intelectual, el esfuerzo político, la hazaña militar de hombres directivos; la vinculación con el propio territorio y con la propia historia regional; la nostalgia y el recuerdo de los tiempos viejos que enaltece Garcilaso; la existencia de malos funcionarios; el abuso en la represión y en el uso de la fuerza; la rivalidad entre criollos y peninsulares; el fortalecimiento del “mundo mestizo”; en fin, la esperanza en una vida mejor que estuviera en “nuestras manos”, explican, como un inmenso mosaico, el origen de nuestra Independencia y “acompañan” a la comunidad peruana, sujeto central y gran protagonista de nuestro tema.

Y aparece la segunda pregunta. ¿Para qué la Independencia?

Una visión negativa nos dice que la ruptura con España no representa ningún cambio interesante en la vida del hombre peruano. Que las injusticias continúan, que la lentitud en la administración del Estado no se modifica, que el nivel de vida en lo económico y social no mejora, que pasamos del dominio español al ejercicio del dominio industrial y económico británicos.

Las afirmaciones anteriores con su ilimitada amplitud encierran sin duda “verdades” múltiples, mas el error primordial se encuentra al mostrar sólo un fragmento de los hechos, no la íntegra imagen de la medalla.

Que en la República del Perú hay múltiples expresiones de injusticias, lentitud administrativa, retraso en educación, salud, vivienda, son hechos indudables. Es cierto igualmente que el Perú no es una “isla” en la economía mundial y que estamos sujetos a las influencias de los grandes ambientes, no obstante, hay mucho más que decir para la total comprensión de esta “persona” compleja que es el Perú.

Bartolomé Herrera en su famoso sermón el 28 de julio de 1846, sostiene que el Perú debía separarse de España porque era un pueblo “enteramente nuevo”. Esta es una idea capital. La noción de pertenecer al territorio y a la región peruanos; la creencia de un derecho que viene del nacimiento en este territorio; el vínculo con la propia tierra; todo el conjunto de ideas y vivencias que permiten definir a un hombre como peruano y que orienta a éste para reconocer al extranjero; este abigarrado registro de hechos coetáneos y de recuerdos llevan al convencimiento, a la necesidad, de asumir el gobierno de lo propio.

Y todo lo anterior no es verbalismo vacío. Un hecho social profundo, la sola existencia de la vinculación entre el hombre peruano y su mundo, genera el derecho al propio gobierno. El sólo hecho de la conducción del Perú entregado a manos peruanas es un cambio social legítimo y muy significativo. Es el ejercicio del derecho al propio gobierno.

La Independencia, de este modo, aparece no como un ejercicio de vanidades o de predominios, sino como una afirmación del ser del Perú. Y esto es superior al hecho político y al suceso militar.

¿Y cómo se desarrolla esta afirmación del ser del Perú?

En la diaria “encarnación” vital de nuestras Constituciones y de sus principios teóricos, en el uso y en el abuso de las facultades que el Estado reconoce a los ciudadanos en el perfeccionamiento esforzado del “mapa de la República” en la incorporación de nuevas técnicas que transforman el mundo cotidiano en el esfuerzo por integrar a nuestros hombres con evidentes matices culturales, sobre el mestizaje común; en el esfuerzo del camino, del ferrocarril y del avión, por unir más y más una inmensa geografía; en los avances y en los retrocesos en contorno de una vida mejor para todos los peruanos; en este marco que compromete toda la vida y toda la actividad del hombre, se encamina al perfeccionamiento, la afirmación del ser mismo del Perú.

La presencia del Estado peruano que habla en nombre propio, en nombre de la nación, es una de las expresiones interesantes de la nueva “época”.

Tal vez es ilustrativo como símbolo, el momento que menciona Juan García del Río –nuestro primer enviado acreditado en Londres, con Diego Paroissien– en su entrevista con el ministro Canning. El funcionario inglés le pide que señale en un mapa la ubicación del Perú y le pide una exposición sobre el estado del país. De algún modo, éste es el comienzo de la vida internacional nuestra en relación con el mundo europeo.

A Europa le interesan vivamente los nuevos mercados, y el signo ideológico de las nuevas estructuras soberanas es motivo de preocupación y de diversos proyectos.

Los debates entre liberales y conservadores y entre republicanos y monárquicos, integran un largo proceso que persigue la afirmación del nuevo Estado.

La solicitud de un empréstito, la presencia de la bandera nuestra, poco a poco, en diversos lugares del mundo, la llegada de buques de una y otra nacionalidad a puertos nuestros, son algunas de las formas de la nueva relación entre el Estado naciente del Perú y países amigos.

Es importante subrayar el origen de nuestra República, como el de los otros Estados “viejos” de Hispanoamérica.

Es interesante recordar los dos principios esenciales, que al mismo tiempo son el nexo que subrayan la continuidad de la vida del Perú: el “uti possidetis” y la “libre determinación de los pueblos”.

El principio del derecho romano es el vínculo entre el mapa del Virreinato del Perú y el mapa de la República del Perú. La carta geográfica y el contorno del Perú republicano no es obra de la historia que se expresa en la jurisdicción virreinal que el Perú independiente asume y continúa con el título viejo de la posesión y del dominio.

Es aleccionador decir una vez más que los límites de la República no son consecuencia de una victoria militar, ni de una negociación política, son obra de la misma historia. El territorio del Perú es obra de la historia.

Y otro camino bello y luminoso que explica la realidad humana del nuevo Estado, es el principio de la libre determinación de los pueblos. De verdad, uno lee con emoción las actas de Independencia de los pueblos cercanos a la frontera del Virreinato, en las cuales se manifiesta la voluntad de romper el vínculo político con España y de pertenecer a la nueva organización del Perú.

El fenómeno, creciente cada año, de mayor relación entre el Perú y hombres de otras nacionalidades y de costumbres diferentes, representan progresivamente una transformación en el ámbito de nuestras formas de vida.


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Aparte del contenido social de la Independencia, que se descubre en la afirmación de la comunidad peruana, son interesantes otras expresiones con un valioso contenido humano.

En el tiempo de San Martín, para no reiterar innecesariamente los testimonios, hay una variada legislación.

“La humanidad, cuyos derechos han sido tanto tiempo hollados en el Perú, debe reasumirlos bajo la influencia de leyes justas, a medida que el orden social, trastornado por sus mayores enemigos, comienza a renacer”. Luego de la consideración anterior, declara San Martín la abolición de la pena de “azotes”.

La creación de la “cárcel de Guadalupe” y su reglamento persiguen “la seguridad y el alivio de los miserables que antes han gemido en lugares impropios por su localidad y falta de desahogo”. El reglamento provisional “de los tribunales de justicia”, responde al mismo espíritu.

Amplia es la legislación sobre los esclavos. El texto capital, del 12 de agosto de 1821, firmado por San Martín y Monteagudo, manifiesta que “la humanidad ha sido altamente ultrajada y por largo tiempo violados sus derechos, es un grande acto de justicia, si no resarcirlos enteramente, al menos dar los primeros pasos al cumplimiento del más alto de todos los deberes” ... “todos los hijos de esclavos que hayan nacido y nacieren en el territorio del Perú desde el 28 de julio del presente año” ... “serán libres y gozarán de los mismos derechos que el resto de los ciudadanos peruanos”.

Por disposición del 27 de agosto de 1821 “queda abolido el impuesto que bajo la denominación de tributo se satisfacía al gobierno español”. Igualmente, se suprime la denominación “indios o naturales: ellos son hijos y ciudadanos del Perú, y con el nombre de peruanos deben ser conocidos”.

Del 28 de agosto del mismo año es la disposición que suprime “toda clase de servidumbre personal”, y nadie podrá obligar “a que sirvan contra su voluntad”.

La creación de escuelas gratuitas “de primeras letras” en los conventos, la fundación de la Biblioteca Nacional y del Museo Nacional, y la preocupación por defender los testimonios antiguos del hombre peruano, son muestras valiosas de un espíritu que no se deja ganar por los afanes de la guerra y que postula un interés más general por los temas del hombre.

Pero hay algo central y más profundo. Es la continuidad de la vida del Perú.

La comunidad peruana, raíz fundamental de la Independencia, gana su “forma” plena con la Emancipación política y con la fundación del Estado.

Sin embargo, podría plantearse esta pregunta: ¿Por qué se dice que el Perú adquiere plenitud desde la Independencia?

La respuesta es compleja. No es solamente el triunfo militar, o la creación de una nueva estructura jurídica, o la rectificación de errores o injusticias. Todo lo anterior es válido; no obstante, hay algo más. Nuestros abuelos de esos años de tantas esperanzas reciben entre sus manos –solamente entre manos peruanas– la inmensa tarea de perfeccionar e integrar mejor la sociedad peruana bajo un signo de justicia y en diálogo con todos los pueblos de la Tierra. Este es el “encargo” capital que la República recibe de la Independencia en la continuidad de los siglos, creadores del Perú.

Al final de este libro, procede esta pregunta: ¿Para qué la Independencia?

De algún modo ya se ha adelantado la contestación. La Emancipación afirma como objetivo central, como objetivo último, el perfeccionamiento de la comunidad peruana. Este es el ideal de los precursores y de los hombres que vencieron en la lucha por la afirmación de una singularidad espiritual, obra de la historia.