domingo, 30 de enero de 2011

TOP 10: Los "Fab Four"... The Beatles

La verdad es que hoy en día se han visto tantas listas de las mejores canciones de este genial grupo inglés que ya simplemente es imposible determinar cuál es la mejor y más fiable. Para la revista Rolling Stones la mejor es A day in the life del famosísimo álbum Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band. Para otros lo es Yesterday, o Something, o Hey Jude, etc. Y es que es tan extensísima y variada la producción que se ha vuelto un trabajo duro el seleccionar la mejor. Aunque muchas veces concordamos en las diez y solo varía el orden. Yo opino que no es posible determinar la mejor canción del grupo sin haber escuchado por lo menos dos veces cada canción que componen todos los álbumes de The Beatles, y es un trabajo a veces un poco cansado, pero no por ello angustiante ni insatisfactorio.

A continuación un simple repaso por lo que yo considero mis favoritas de The Beatles.

1. A day in the life

Año: 1967
Álbum: Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band
Intérprete: John Lennon / Paul McCartney




2. Come together

Año: 1969
Álbum: Abbey Road
Intérprete: John Lennon




3. Hey Jude

Año: 1968
Álbum: Past Masters, Volumen II
Intérprete: Paul McCartney




4. Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band

Año: 1967
Álbum: Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band
Intérprete: Paul McCartney




5. Michelle

Año: 1965
Álbum: Ruber Soul
Intérprete: Paul McCartney




6. I saw her standing there

Año: 1963
Álbum: Please Please Me
Intérprete: Paul McCartney




7. Yesterday

Año: 1965
Álbum: Help!
Intérprete: Paul McCartney




8. Something

Año: 1969
Álbum: Abbey Road
Intérprete: George Harrison




9. Abbey Road's Medley

Año: 1969
Álbum: Abbey Road
Intérprete: Paul McCartney, John Lennon, Ringo Starr, George Harrison




10. Here comes the Sun

Año: 1969
Álbum: Abbey Road
Intérprete: George Harrison




Quizá me haya excedido un poco con el álbum Abbey Road, pero jamás he escuchado música de tan buena calidad como la de ese álbum. En fin, lo que vale es haber hecho una lista más de las miles que se han hecho sobre The Beatles. Por algo son (y siempre serán) los más grandes.

miércoles, 12 de enero de 2011

El legendario Alianza Lima - Abelardo Sánchez León





El legendario Alianza Lima en La balada del gol perdido (1993) de Abelardo Sánchez León

Yo soy hincha del Alianza Lima mucho antes de que hiciera la Primera Comunión, de la misma manera que Toño Cisneros lo es del Cristal (antes Sporting Tabaco, por supuesto), Alfredo Bryche Echenique del Ciclista Lima, Fernando Sánchez Albavera del Sport Boys y Julio Ramón Riberyro de la U. Ser hincha de un equipo de fútbol es parte esencial de la personalidad de uno. La manera de llegar a serlo y las razones de fondo son siempre un enigma. Quizás exista una relación entre la forma de jugar de cada equipo y los rasgos que definen a cada quien, pero lo cierto es que hay una enigmática relación de estos factores que favorece la identificación.

Según la información que nos proporciona el historiador José, el Sport Alianza, fundado en febrero de 1901, que después sería el legendario Alianza Lima, fue el primer equipo conformado por las clases populares urbanas. La euforia del fútbol se había concentrado en la juventud de la nueva oligarquía nacional. Fue el caso de la directiva del Unión Cricket que, en 1897, se componía de personas como Pedro de Osma, Carlos Gildemeister, J. Garland, Miguel Grau, Luis Alayza y Rafael Benavides. Pero el carácter de juego colectivo, en una sociedad que se colectiviza y se masifica, fruto del desarrollo capitalista, posibilitó que otras personas también empezaran a practicar el fútbol, personas que provenían de otros estratos sociales. Al año de fundado el Alianza Lima apareció en la escena su más encarnizado rival: el Atlético Chalaco, y ya por 1910 habían aparecido una serie de clubes de clara procedencia popular: Unión Buenos Aires Callao, Sport José Gálvez, Sport Tarapacá, Sport Ica, Sport Progreso y Sporting Tabaco.

De todos ellos, el Alianza Lima es el que ha logrado durante este siglo y convertirse en el rival de una serie de clubes que se han mantenido en la primera división y otros que han desaparecido para siempre. Universitario, Boys, Municipal, Cristal, de un lado, y Mariscal Sucre, Mariscal Castilla, Centro Iqueño, de otro. Pero, además, el Alianza ha logrado mantener un carácter eminentemente popular, a pesar de representar a una zona específica de la ciudad y a una raza que no permite confusión: La Victoria y la negritud. Esto, en una sociedad plagada de cambios y evoluciones, que tiraba más hacia el mestizaje cholo, proveniente del Perú Profundo lanzado hacia la costa, la capital, las barriadas, que no necesariamente se identificaban con ese universo negro asentado en las zonas antiguas de Lima y el criollismo.

El espíritu tradicional con el cual se suele identificar al Alianza es el criollismo, hermano del Señor de los Milagros, amante de la carapulcra, de los anticuchos y las sabrosas morenas: las huestes de la Valentina. Lo popular es (pero sobre todo era) el mundo criollo. El callejón y su tacu-tacu, Carlos Lazón y el Callejón del Bullo, Matute, Mendocita, la zona galante y peligrosa de la ciudad, el cajón, la jarana, Abelardo Vásquez. Alianza, sin duda alguna, representaba con su estilo de juego toda la viveza criolla del hablar jugando a la pelota. Pero la pregunta es: ¿cómo ha evolucionado Alianza para no perder el tren de los cambios en el mundo popular, orientado ahora al tesón y disciplina de las barriadas; al hecho de construirse su casa con esteras en la punta del cerro? ¿O a pitear por la luz y el agua? ¿Cómo ha logrado politizar a su hinchada de acuerdo a la politización popular en la ciudad?

Si el Alianza persistiera en la imagen de representar al mundo criollo y negro de La Victoria, estaría casi muerto, y no podría proponerse como Alianza es el Perú y el Perú es el Alianza. Imposible, porque el Perú es ancho y ajeno, vasto y distante, diferente. El milagro (en octubre y de morado) es que sin perder sus rasgos esenciales ha logrado convocar a otros segmentos de la población, sobre todo populares, pero también de los sectores medio y altos. Y aquí compite, como es obvio, con la U, pero también con el Cristal. Hay algo, sin embargo, tremendamente poético e inasible en la hinchada del Alianza, algo profundo, a pesar de los cambios operados en su hoy violenta y achorada barra. Eso es una maravillosa desconfianza en su talento y en su capacidad, propia del mundo popular, acostumbrado más a no poder desarrollarse que a hacerlo. A los blancos, los blanquitos y los blanquiñosos, la vida les resulta más fácil que a los cholos, a los chinos y a los negros. Resulta feo, pero es desgraciadamente así. La seguridad del blanco no la tiene el negro. Su prepotencia, su aplomo, son rasgos que no pueden generalizarse. En el Alianza hay la convicción del talento y la calidad, pero no la seguridad de llegar a buen puerto. La cábala, la magia, surgen, entonces, como paliativos que deben considerarse. Este Alianza, el de mi infancia y adolescencia, de hincha sufrido e inseguro, iba con mi personalidad. Los hinchas blancos del Alianza Lima son blancos tímidos y palteados. Lúdicos, juguetones,, cabalísticos, creyentes del poder de la Luna.

Sin embargo, no todo es así ahora. El universo popular juvenil urbano está confrontado a una competencia creciente, y tiene la necesidad de mostrar una agresividad contra el medio hostil que lo rodea para salir adelante. La nueva hinchada del Alianza no se reduce al sabor de los anticuchos ni al bailecito de los tamales en la tribuna Sur. El fútbol ha polarizado a la sociedad en sus cuatro tribunas; el estadio se ha convertido en el único lugar donde se encuentran todos durante noventa minutos de juego, y sin ser guerra, la competencia deportiva equivale a la competencia por la vida en la ciudad. Alianza, para mantenerse vigente incorpora, a su inseguridad innata, esa agresividad de la sociedad, juvenil, hostil, como signo de los tiempo. Pero todos sabemos que el universo popular jamás será prepotente; la cercanía a la pobreza abre las puertas a la calle, el vecino es el amigo, la pelota una excusa para pasar la tarde.

Los noventa años de su existencia son la expresión de piel vital, importante en el Perú, que demostró que desde la dificultad económica, el fútbol y el Alianza son una forma de poder ser siempre mejores que sin el fútbol y el Alianza.


Mayo de 1991

lunes, 10 de enero de 2011

This "right" thing...

Hojeando unos viejos libros en la antigua habitación de mi abuelo, encontré unos documentos bilingües súper mohosos que contenían frases de mi tía haciendo sus pininos en el cruel esfuerzo de tener que aprender dos idiomas en su tan clerical escuela. La cuestión es que en dichos papeles había oraciones que hicieron poco a poco preguntarme algo que había dejado en el aire hace tiempo. Había escrito lo siguiente:

‹‹This is my right hand›› ‹‹Este es mi mano derecha››

Había junto a los graciosos intentos de letras la certera imagen de una manita rosadita, como ya me suponía (ay, pero qué lindas las monjitas). Y un sinfín de ejemplos que nunca dieron frutos pues mi tía ya ni se acuerda cómo decir banana en inglés. Pero dándole más vueltas a las hojas me di con una sorpresa:

‹‹I have my rights›› → ‹‹Yo tengo mis derechos››

Si bien esas hojas me dejaron las manos bien sucias, también me dejaron una interrogante de lo más básica: ¿Cómo es que la voz ‹‹derecho›› y ‹‹right›› tengan las mismas acepciones en los dos idiomas? Se me ocurrió buscarle una explicación lógica y había que recurrir a la etimología.

Primero, ¿por qué en español con "derecho" se denomina no solo a aquel orden normativo con el que se rige la conducta humana en sociedad, sino también al hemisferio occidental de nuestro cuerpo? García Gallegos en su Fundamentos para una teoría de derecho, aclara de dónde proviene “derecho”: del latín "directum" que a su vez es el participio pasivo de la voz “dirigere”, que significa "lo que no se desvía o tuerce", o sea lo conforme a la regla, lo correcto. "Dirigere" está conformado por el prefijo continuativo "di" y la forma verbal "regere". En fin, lo que importa es la idea que derecho etimológimente es lo correcto. Lo curioso es que poco a poco se fue utilizando la idea de "derecho" para el occidente del cuerpo, dada la vieja creencia de la dualidad sexual en el ser humano, de que lo correcto estaba del lado derecho: el lado derecho era el masculino y el izquierdo el femenino. Eva pecó en el Edén y le otorgó el carácter de corrompible al lado izquierdo del cuerpo, capaz de manchar lo puro; de ahí la idea de lo "siniestro" (*) al lado izquierdo del cuerpo. Por eso el dicho "a diestra y siniestra": a derecha e izquierda.

Segundo, ¿por qué sucede lo mismo en el idioma inglés? Para obtener una respuesta, tendríamos que regresar a la palabra "dirigere", que se encuentra constituida por "di" y "regere". "Regere" tiene como base la voz matriz indoeuropea "reg" y teniendo en cuenta que el latín es una de las tantas lenguas indoeuropeas (lenguas de las que proviene el inglés y el alemán, por ejemplo) lo más probable es que en el idioma inglés se mantuviera el carácter primigenio de lo correcto y asimismo del lado derecho del cuerpo. "Right" proviene del alemán "riht" o "reht", y estos finalmente de "reg-to".

Lo que se puede entender es que, necesariamente, el carácter “correcto” de la base reg hace que prevalezca la idea en muchos de los idiomas indoeuropeos, lo cual explica un fenómeno que me tenía bastante intrigado desde hace tiempo. A fin de cuentas no se puede tampoco tener una certeza en estas cosas del lenguaje; como decía la buena Martha Hildebrandt que en cuestiones de habla no rige ninguna regla ni nada, solamente el uso que le dé la gente.

domingo, 9 de enero de 2011

Vicio, magia y oficio de un escritor nato - Alfredo Bryce Echenique




Vicio, magia y oficio de un escritor nato en A trancas y a barrancas (1996) de Alfredo Bryce Echenique

Y yo que siempre he repetido que un prólogo es algo que se escribe después de un libro, se coloca antes y no se lee ni antes ni después. Maravillosa excepción a esta regla es el prólogo de Gabriel García Márquez nos enseña, casi diría yo más de lo que merecemos, sobre los dieciocho años que le tomó, costó y hasta jodió escribir estos relatos peregrino. Cómo, entre sus tres vocaciones, literatura, periodismo y cine, barre por fin la primera mediante una esforzada carrera hasta el fondo de lo que es ser un escritor nato. Cuánto oficio, cuánto vicio y cuánta magia se requiere practicar para probarse a sí mismo (y a los demás) que aquello que fácilmente se da en llamar un escritor nato no es un asunto de genes, sino del insaciable y abrasivo vicio de escribir. Aclaro que las últimas cuatro o cinco palabras de la frase anterior a ese peregrino eterno de la literatura que responde al apodo de Gabo.

Y ahora sí lo cito, cuando se refiere a su prólogo de taller literario al largo recorrido que ha llevado a algunas notas periodísticas, alguna entrevista grabada y algunos guiones cinematográficos a convertirse en doce mágicos relatos: ‹‹…cuentos cortos, basados en hechos periodísticos, pero redimidos de su condición mortal por las astucias de la poesía […]. El esfuerzo de escribir un cuento corto es tan intenso como empezar una novela. Pues en el primer párrafo de una novela hay que definir todo: estructura, tono, estilo, ritmo, longitud, y a veces hasta el carácter de un personaje. Lo demás es el placer de escribir, el más íntimo y solitario que pueda imaginarse, y si uno no se queda corrigiendo el libro toda la vida es porque el mismo rigor de fierro que hace falta para empezarle se impone para terminarlo. El cuento, en cambio, fragua o no fragua. Y si no fragua, la experiencia propia y ajena enseñan que la mayoría de las veces es más saludable empezarlo por otro camino, o tirarlo a la basura. Alguien que no recuerdo lo dijo bien con una frase de consolación: “Un buen escritor se aprecia mejor por lo que rompe que por lo que publica”.›› Sigo ahora citando al mago nato de tanto trabajo: ‹‹…los recuerdos reales (que el autor revisa mediante un viaje de chequeo por las ciudades europeas en que, algún año ya remoto, se movieron sus caribeños personajes) me parecían fantasmas de la memoria, mientras los recuerdos falsos eran tan convincentes que habían suplantado a la realidad. De modo que me era imposible distinguir la línea divisoria entre la desilusión y la nostalgia››. Había que encontrarle alguna solución a este problema, aparte de la que naturalmente consiste en entregarse cuerpo y alma al vicio y oficio de trabajar unos materiales escribibles. García Márquez la encuentra con el correr de los años. Sólo este transcurso de lustros podría darle ‹‹una perspectiva en el tiempo››. Una perspectiva de dieciocho años, finalmente. Y entonces sí: ‹‹La escritura se me hizo tan fluida que a ratos me sentía escribiendo por el puro placer de narrar, que es el estado humano que más se parece a la levitación››.

Estudiar este largo y concienzudo paso de entrevistas, guiones de cine y crónicas periodísticas (que muchos hemos leído), sería materia de un taller de creación literaria o creación tout court y/o de un concienzudo artículo académico. No es éste el caso del reseñador encantado que soy, pues salgo recién de una muy placentera lectura más de entre las muchas que nos ha dado García Máquez. Y tampoco es el caso de quitarle al lector el placer potencial de estos Doce cuentos peregrinos, el goce personal e íntimo de su lectura, citando una sola frase del libro. Ni siquiera las de los pocos pero perfectos diálogos que salpican una prosa que, a decir del inglés Ford Madox Ford, es tan fresca que parece siempre un guijarro recién sacado del arroyo más cristalino. Me limito, pues, a reseñar la intensa forma en que disfruté de una lectura capital. A tratar de explicar(me) lo inexplicable, lo vicio, lo oficio, lo magia y lo nato. No quiero arruinarle su lectura personal a nadie. Sólo quiero inducir a que se lea este libro que yo tuve la suerte de leer en compaginadas, cortésmente cedidas por el diario El Mundo. Soy, pues, por decirlo de alguna manera casi un lector Adán y Eva de estos cuentos cuyas páginas quisiera compartir con alguien, con muchos, con todos, con parientes, amigos y enemigos.

En los doce cuentos que conforman la materia de este libro, el discurso narrativo se contagia constantemente del poético gracias a una maestría técnica puesta al servicio de un verdor candoroso, de una porosidad y disponibilidad realmente infantiles. En fin, hay un retorno a la percepción virginal del adamita o de sus equivalentes actuales: niño y loco. Y nuevamente en fin, García Márquez disloca, descoloca, desajusta, extrapola y da saltos y aletazos cada vez que inicia cada uno de estos relatos que, sin que nos demos cuenta siquiera, se convierten en una verdadera esponja fenoménica. Más, claro está desde siempre García Márquez, la riquísima concisión, la dimensión incesantemente evocadora que hace que a cada rato nos caigan cocos en la cabeza. Cocos, sí, o sea ‹‹ esos frutos independientes que crecen solos en las palmeras y se tiran cuando les da la gana››, que es lo que me enseñó sobre los cocos aquel inolvidable diccionario popular que me explicó que Edipo era un rey griego famoso por su complejo, o que madre putativa es aquella que se reputa madre.

La sonrisa de la razón —y hasta de la sinrazón, me atrevo a decir— es la forma en que el autor nos presenta a estos caribeños personajes absortos en Europa, pero que son capaces de describirla mejor que nadie (perdonen: he jurado no citar). De ahí tal vez, o además y todavía, el aire de eterna lozanía, de frescura y fragancia de cada relato, de cada párrafo, de cada frase. Pero el asalto al humor es tan frecuente como el paseo a la magia en estos cuentos de los que muchas veces lo inesperado surge casi como una necesidad vital para el autor. Más el estilo, pero quién no sabe ya que García Márquez afina como Borges el mismo violín que nos dejó el argentino genial afinador de todos los escritores de esta lengua maravillosa que es el español.

Termino. Últimamente ando desconcertado porque oigo hablar pésimo de una literatura supuestamente light y como para grandes almacenes y hasta en épocas de grandes rebajas. Cuentos y cuentas que se saldan, en fin. Pero clásico es lo que no se salda nunca. Lo que se reedita siempre y se encuentra siempre y para siempre en las librerías más especializadas. En este sentido, Doce cuentos peregrinos es la más heavy de todas las obras que no he comprado ni en gran almacén donde van los que tienen perdida la fe de un último tango en París, ni en una librería especializadísima donde van los que tienen puesta la fe en la literatura eterna. Ya lo dije antes: me los regaló El Mundo en compaginadas. Y entonces vino el placer inmenso de la lectura y la dicha de imaginar que, gracias a esta reseña de carbonero a tus zapatos, alguien me respetará más en el metro de Madrí-Madrid de Agustín Lara, capital europea de la cultura 1992.